La cama de Penélope habla de la intimidad, de lo que no es obvio al primer golpe de vista, del vínculo con la tierra, cualidades todas ellas alejadas del espectáculo de la ultra-modernidad, pero atractivas -espero – para gente de orientaciones más radicales. Tiene su punto de partida en un episodio de la Odisea que se me quedó grabado.

Todos sabemos que Penélope, la mujer de Ulises, estuvo durante años rechazando los pretendientes que querían hacerse con su persona y de paso, con el reino de Ítaca. Y, un buen día, se presenta en aquel lugar un hombre -no en las mejores condiciones- que pretende ser Ulises, su marido. Han pasado muchísimos años y el hombre que aparece ante ella no tiene nada que ver con el hombre que en su día se fue. Ya veremos, piensa Penélope para sus adentros, mientras les dice a los sirvientes que faciliten a aquel hombre la tarea de asearse y que después preparen un buen banquete. Después de la cena les dice a los criados en voz bien alta para que aquel hombre no tenga más remedio que escucharlo: ahora trasladen el lecho matrimonial a un aposento contiguo de palacio, usando un pretexto cualquiera. En ese momento Ulises salta diciendo: mujer, bien sabes que eso no es posible porque yo mismo, con estas manos, hice la cama y utilicé para una de las patas un olivo que había en el lugar. Al oír esto, Penélope sabe que es Ulises el que ha vuelto.